El escurridizo síndrome de fatiga crónica
( Creces, 2017 )

Durante varias décadas se ha conocido un extraño malestar, denominado “Síndrome de fatiga crónica” que se ha esparcido por diferentes regiones del mundo. Hasta ahora no se conocen ni sus causas ni su tratamiento. El National Institutes of Health de USA, ha decidido reconocerla y financiar proyectos de investigación.

A mediados de la década de 1980 comenzó a aparecer en Estados Unidos, una aparente nueva entidad clínica, caracterizada con la sensación de fatiga crónica y otros variados síntomas físicos y mentales que limitaban el normal desarrollo de la actividad diaria de los afectados, hasta el grado de llegar a comprometer su calidad de vida. Ella parecía también afectar la memoria de corto plazo y la capacidad de concentración, todo lo cual no se aliviaba ni con el descanso ni con el sueño. Otros síntomas, como dolores musculares y de las articulaciones, o dolores de cabeza, además de muchos otros signos de malestar y decaimiento estructuraba el síndrome. Generalmente los síntomas se hacían evidentes después de una enfermedad infecciosa.

Todo parece indicar que los síntomas de este síndrome se han hecho cada día más frecuentes, variando desde 7 a 3000 casos por cada 100.000 adultos. Cálculos aproximados actuales, señalan que, en Estados Unidos, más de un millón de americanos padecen de él. Lo mismo se ha descrito en Inglaterra, donde se estima que en la actualidad lo padecen 200.000 personas. También está presente en otras partes del mundo, pero oculto con otros nombres, como “epidemia neuromiasténica”, o “enfermedad de Irlanda”, o “neurastenia”, o muchos otros.

Llamaba la atención que, frente a esta propagación, el Food and Drug Administration (FDA), o el National Institutes of Health, hasta ahora no se hubiesen pronunciado, ni tampoco había manifestado interés en evaluar la situación. No así la literatura médica, que en una revisión reciente se recopilan más de 9000 artículos relacionados con el tema. Tal vez la abstención haya sido debido a que muchos escépticos pensaban que el síndrome no correspondía a un cuadro clínico verdadero, sino más bien, una manifestación psicosomàtica. Por ello no se había interesado en conocer sus causas, su patología, ni menos su tratamiento.

En un reciente estudio publicado en el Proceediungs of the National Academy of Science (agosto 2016), en base a algunas determinaciones de metabolitos plasmáticos, se sugiere que la enfermedad parecía inducir al organismo a un bajo consumo energético, como si éstos estuvieran en un estado de hibernación. Es por ello que los autores sugieren que el problema podría estar en el mal funcionamiento de las mitocondrias, los organelos citoplasmáticos que proveen de energía a las células (La mitocondria donde se produce la energía).

Por lo general los síntomas comienzan en forma gradual, de modo que durante algún tiempo los enfermos pueden tener una vida relativamente normal. Pero los más, por la sensación de cansancio o los dolores musculares y articulares, no pueden levantarse de la cama, hasta el punto de ser incapaces de manejarse por sí mismos. La mayor parte de las veces, tanto sus actividades laborales como familiares, se ven muy reducidas, semejando lo que sucede en otras enfermedades importantes, con las que en un comienzo suelen confundirse, como el lupus, la artritis reumatoidea, o las últimas etapas del SIDA.

El pronóstico varía de un enfermo a otro. Cerca de un 5% puede alcanzar una recuperación total. Un 40 %, después de largo período, puede mejorar y volver al trabajo. Otros pueden evolucionar con estados clínicos ondulatorios, mientras en otros el proceso se hace definitivamente crónico. En la literatura se describe diferentes estadísticas evolutivas, pero sus cifras se hacen difíciles de comparar entre sí. Pareciera sí, que en niños el síndrome tuviese mejor pronóstico, con porcentajes más altos de recuperación.

Hasta ahora no se conoce un tratamiento efectivo. Las drogas antidepresivas no son efectivas. Pareciera que tampoco las drogas antivirales o las terapias inmunológicas, ni los esteroides. Existen evidencias preliminares que la medicación inmuno-moduladora mejoraría las funciones cognitivas. Recientemente se han ensayado, con resultados prometedores, los anticuerpos monoclonales rituximab, una droga que destruye los anticuerpos producidos contra las células B (Science vol. 354:692; 2016). Los investigadores han realizado un estudio en 28 pacientes, con resultados que ellos catalogan entre buenos y regulares. Ahora los mismos están desarrollando otro ensayo con 152 pacientes, esta vez de doble ciego. Los resultados aún no se conocen.

Ahora se interesa el National Institute of Health (NIH) de USA.

Recientemente, en una conferencia internacional dedicada a esta misteriosa enfermedad, comúnmente conocida como “síndrome de fatiga crónica”, su organizadora Vicky Whittemore, tomó la palabra para comunicar que el director del NIH, Francis Collins, había anunciado su interés por conocerla mejor, para lo que había destinado 15 millones de dólares para iniciar las investigaciones de esta enfermedad desde el presente año (2017) y continuar adelante. El emisario presente de NIH, anunció que se llamaría a concursos de proyectos para investigar esta enfermedad multisistema, que de ahora en adelante se denominaría “encefalomielitis miálgica”.



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